GAZA, sábado, 17 enero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito el padre Manuel Musallam, párroco de la iglesia latina de Gaza,con motivo de un encuentro de oración ecuménico por la paz y la justicia celebrado en Jerusalén (Cf. ZENIT, 6 de enero de 2009).
De la Iglesia de Dios en Gaza a los queridos santos de Palestina y de todo el mundo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros.
Desde el valle de las lágrimas, desde Gaza bañada en su sangre, una sangre que ha sofocado la felicidad en el corazón de un millón y medio de habitantes, os dirijo estas palabras de fe y esperanza. No utilizaré la palabra "amor", esa palabra se ha quedado atragantada incluso en nuestras gargantas de cristianos. Los sacerdotes de la Iglesia levantan el estandarte de la esperanza para que Dios se apiade y compadezca de nosotros dejando para Él un resto en Gaza, y de esta forma no se apague la lámpara del cristianismo que encendió, en los comienzos de la Iglesia, el diácono Felipe. Que la compasión de Cristo eleve nuestro amor a Dios, aunque en estos momentos se encuentre en un "estado crítico".
Desde mi corazón de sacerdote y párroco os pido que recéis por el alma de nuestra hija, nuestra querida hija de la escuela de la Sagrada Familia, la primera cristiana fallecida en esta guerra: Cristina Wadi al-Turk.
Murió la mañana del sábado 2 de enero de 2009 a causa del miedo y del frío. Las ventanas de su casa estaban abiertas para proteger a los niños del efecto de la onda expansiva en los cristales. Los cohetes pasaban por encima de su casa, afectando a todos los vecinos y haciendo que todo se moviera amenazadoramente. No pudo soportar todo eso y se fue a quejarse al Creador y a pedirle una nueva casa y un refugio donde no hubiera llanto ni cohetes, ni gemidos sino alegría y felicidad.
Queridos hermanos en Cristo, lo que veis en vuestras pantallas de televisión y lo que oís no es en absoluto todo el sufrimiento real por el que está pasando nuestro pueblo de Gaza. Ni la televisión ni la radio pueden transmitir en toda su amplitud lo que está pasando en nuestra tierra.
El asedio de Gaza es un huracán que crece por momentos hasta convertirse en un crimen contra la humanidad. El pueblo de Gaza hoy, lleva su tragedia al juicio de la conciencia de cada hombre "de buena voluntad". El tiempo venidero será el tiempo del juicio justo de Dios.
Los niños de Gaza, con sus parientes, duermen en los pasillos de sus casas, si es que aún los conservan, o en los cuartos de baño, para protegerse, temblando de miedo por el estruendo y los temblores, los temblores terribles de los cazas F-16.
Es verdad que hasta ahora los objetivos de los aviones han sido en su gran mayoría las sedes principales del gobierno y de Hamás, pero todos estos edificios están situados entre las casas de la gente al no separarse de ellas más de 6 metros, que es la distancia legal permitida entre edificios. Por eso las casas de la gente sufren graves daños y muchos de los niños fallecidos lo son por este motivo. Nuestros niños viven en un estado constante de pánico y terror, y esto les hace enfermar. Esto y la falta de alimentos, la mala alimentación, la pobreza, el frío... La tragedia que se vive en los hospitales es crítica. En estos hospitales no había, antes de la guerra, dispositivos de urgencias, y ahora se ven desbordados por miles de heridos, enfermos y por estos acontecimientos, hasta tal punto que las operaciones se realizan en los pasillos de los hospitales. Muchos de los heridos se envían por el paso de Rafah hacia Egipto, pero el que consigue pasar no vuelve, pues la mayoría mueren por el camino. La gente en los hospitales está asustada, triste, rozando casi la histeria.
Quiero ahora contaros una pequeña historia ocurrida en el hospital a la familia de Abdel Latif. Uno de sus hijos desapareció en la primera oleada de bombardeos. Le buscaron en casa de sus familiares pero no le encontraron ni en el primero ni en el segundo día de la guerra. Al tercer día, recorriendo la familia el hospital, encontraron a un pariente de la familia Yarad que estaba cuidando a uno de sus hijos que había sido herido y estaba mutilado. Ese niño había perdido una de sus piernas y su rostro estaba desfigurado no por los bombardeos de los aviones sino por los efectos de la onda expansiva de las explosiones en los cristales, que se le habían clavado estando él en el hospital cuando una parte de éste fue alcanzado por los bombardeos. Abdel Latif se acercó a consolar al de la familia Yarad, pero cuando estuvo cerca del herido, descubrió que el herido era su propio hijo y no el hijo de la familia Yarad. Para mediar entre la diferencia de las dos familias, decidieron esperar a que el herido se despertase y dijese a qué familia pertenecía. De esta forma la familia de Abdel Latif pudo recuperar a su hijo, que estaba cuidando la familia Yarad.
Os describo esto someramente en mi carta pidiéndoos ayuda a vosotros, y también a Dios. Nuestro pueblo en Gaza se comporta como si fuesen animales salvajes, no como personas. Comen pero no se alimentan, lloran pero no tienen lágrimas. No hay ni agua ni electricidad ni comida, sólo miedo, pánico y bloqueo... Ayer en la panadería se negaron a darme pan. La causa: el hombre se niega a darme pan hecho con una harina que no es buena para la salud, no por desprecio de que yo sea sacerdote. La harina buena que tenía se ha agotado y ahora ofrece lo que le queda en gran cantidad, una harina no apta para el consumo humano. Yo, por mi parte, he jurado no comer pan en lo que dure esta guerra.
Os pedimos que elevéis a Dios vuestras más ardientes oraciones y que no se celebre misa ni servicio religioso en que no os acordéis delante de Dios de la tragedia de Gaza. Por mi parte, yo sigo enviando pequeñas cartas a nuestros hijos para alentar la esperanza en sus corazones. Hemos decidido rezar juntos, cada hora, esta oración : « Oh Señor de la paz, danos la paz. Oh Señor de la paz, concede la paz a nuestro país. Ten compasión Señor, ten compasión de tu pueblo y no te enojes nunca con él ». Os pido que ahora os levantéis y que recéis con nosotros. Vuestras oraciones, unidas a las nuestras, moverán a todo el mundo y le enseñarán que el milagro del amor que se ha detenido en el camino y que aún no ha llegado a vuestros hermanos de Gaza, no es el amor de Cristo y de su Iglesia. Para el amor de Cristo y de la Iglesia no son obstáculo las diferencias políticas o sociales, las guerras ni ningún otro tipo de causa. Cuando vuestra caridad llega a nosotros, sentimos que aquí en Gaza, somos una parte que no se olvida de la Iglesia de Cristo, una Iglesia santa, católica, y que nuestros hermanos musulmanes que están entre nosotros forman parte de nuestras familias, de nuestro destino, con los que compartimos todo y con los que formamos, todos juntos, el pueblo palestino.
Pero en medio de todo esto, nuestro pueblo en Gaza no deja de rechazar la guerra como solución para la paz, y está convencido de que el único camino hacia la paz es la paz misma. En Gaza somos pacientes y en nuestros ojos se puede leer : « Entre la esclavitud y la muerte, para nosotros no hay opción ». Queremos vivir para alabar al Señor en Palestina y dar testimonio de Cristo. Queremos vivir para Palestina, no morir por su causa. Pero si la muerte un día se nos presenta, moriremos gustosos, con valor y con fuerza.
Os rogamos que en vuestras oraciones a Dios le pidáis que nuestro Señor Jesucristo nos dé su Paz auténtica, para que « puedan vivir juntos el lobo y el cordero, el buey pueda pacer con el león, y el niño pueda meter su mano en la boca de la serpiente y ésta no le muerda ».
La paz de Cristo, esa paz que nos invita a ser un solo cuerpo, esté con todos vosotros y os proteja. Amén.
Vuestro hermano,
padre Manuel Musallam,
párroco de la iglesia latina de Gaza
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